La abundancia de restos de organismos fosilizados sobre los diferentes terrenos turolenses llamó la atención de los primeros naturalistas. Sólo hacía falta dar un paseo por los alrededores de cualquier población para comprobar la riqueza paleontológica del entorno.


Ya en el siglo XVIII, fray Benito Jerónimo Feijoo se interesó en los fósiles procedentes del yacimiento de Barranco de las Calaveras (Concud). En su momento, la concentración de huesos que originó tan descriptivo topónimo se interpretó como el resultado de una sangrientísima batalla. La decepción histórica que los estudiosos posteriores pudieron producir al desestimar la presencia de restos humanos entre los huesos se ha compensado, sin embargo, con la recuperación de conjuntos de fósiles muy importantes. Actualmente, sabemos que se trata de una asociación de vertebrados, fundamentalmente mamíferos, que se originó hace unos 7 millones de años, mucho antes de la aparición del género humano.

 

La peculiaridad de los fósiles de Concud, así como de otros lugares próximos, sirvió para definir una división del tiempo geológico que lleva el nombre de Teruel, el Turoliense. Además, otros dos periodos geológicos se han definido en la provincia de Teruel: el Rambliense, cuya representación típica se sitúa entre Lechago y Navarrete del Río y el Alfambriense, compuesto por varias secciones diferentes distribuidas a lo largo del curso del río Alfambra. Las investigaciones paleontológicas en estos terrenos han permitido el hallazgo de muchas especies de animales desconocidas con anterioridad. Frecuentemente, se les han otorgado nombres relacionados con localidades de Teruel:
Huerzelerimys turolensis (roedor), Aragoral mudejar (cabra), Hipparion concudense (caballo), Alicornops alfambrense (rinoceronte), etc.

 

Con el tiempo también se llegó al descubrimiento de algunos mamíferos mesozoicos por los doctores Crusafont y Adrover. Y el campo de la paleontología de invertebrados resulta realmente interesante por la cantidad de afloramientos y la abundancia de restos en los mismos.

 

La dinosauriología es, por su parte, un foco de atracción que ha llamado la atención del público de todas las edades y que presenta un creciente auge. Teruel fue una de las provincias españolas donde Juan Vilanova publicó las primeras citas de dinosaurios de España, en 1873. Estos primeros descubrimientos llamaron la atención de otros investigadores que, dada la bondad de los afloramientos en proporcionar restos de huesos, permitieron la descripción del primer género y especie de dinosaurio español, publicado por José Luis Sanz y colaboradores en 1987: Aragosaurus ichiaticus. Veinte años después, en el municipio de Riodeva, se recupera otro impresionante ejemplar de saurópodo definido por los paleontólogos de la Fundación como otro nuevo género y especie, Turiasaurus riodevensis, un gigante de más de 35 metros de longitud y 40 toneladas de peso.

 

Todo este conjunto paleontológico ha generado una enorme cantidad de datos que han contribuido durante décadas al conocimiento de la historia de la vida y que son, actualmente, objeto de estudio a través de proyectos de investigación en vigor. Las numerosas excavaciones desarrolladas han cristalizado en la existencia de importantes colecciones de fósiles conservadas en diversos museos y de una ingente cantidad de información sobre taxonomía, tafonomía, biocronología, paleoecología, etc. Fuera de toda duda el enorme valor científico de este patrimonio, en ocasiones exclusivo de la provincia de Teruel, cabe explorar su utilidad como elemento estratégico relevante para el desarrollo socioeconómico de Teruel.